Se cruzaron 865 cartas durante quince años, mientras el siglo XX se sacudía las marcas de la guerra. “La enorme alegría que me llena levantaría el mundo”, le escribía Camus a María Casares. Ella le respondía: “Toda mi vida se quedará corta para amarte”. Coincidieron en saberse expatriados, extranjeros, y unidos en la defensa de los republicanos españoles exiliados: “Mi patria es el teatro; y mi país de origen, la España refugiada”
Se conocieron el 19 de marzo de 1944, en casa de Michel Leiris, cuando asistieron a la lectura de “El deseo atrapado por la cola” de Picasso. Simone de Beauvoir, que también estaba allí, igual que Bataille, Reverdy, Lacan, recuerda así a Casares aquella noche: “llevaba un vestido rayado color violeta y púrpura, había recogido su cabello negro; una risa un tanto estridente descubría por momentos sus jóvenes dientes blancos. Era muy bella” (La plenitud de la vida).
El 6 de junio de 1945 será recordado en occidente como el día del desembarco en Normandía que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y esa noche Albert Camus y María Casares se hicieron amantes. Ella tenía 21 años y él 30. Una historia potente, contada con minucioso detalle en la correspondencia del francés de Argelia y la gallega exiliada, el escritor y la actriz. El autor de La peste y El mito de Sísifo, figura intelectual central del siglo XX, y la actriz de la Comédie-Française y del Teatro Nacional Popular, gran dama de la escena
María, que había acompañado al exilio a su padre, Santiago Casares Quiroga, primer ministro de la Segunda República Española, iba y venía en giras internacionales con la Comédie Française. Así tuvimos una versión de Yerma, en Buenos Aires, dirigida por Margarita Xirgu, en 1963 (con Alfredo Alcón, Eva Franco y José María Vilches). Luego, en 1964, regresó con “Divinas Palabras” de Valle Inclán, dirigida por Jorge Lavelli. Entretanto, Camus atendía a otras señoras mientras escribía La Peste (1947), El Estado de Sitio (1948), El Hombre Rebelde (1951), La Caída (1956). Así se explican sus frecuentes separaciones y tantas cartas...
Camus estaba casado desde 1940, pero vivía solo en París porque su mujer Francine se había quedado en la ciudad argelina de Orán. Volvería en septiembre de 1944 con los hijos gemelos: Catherine y Jean, nacidos el año anterior. El nacimiento de los gemelos Camus apartó a María. Rompieron.
De esa época hay cartas de Camus: “Sin ti, ya no tengo fuerza. Creo que quisiera morir”. Sus cartas toman forma de soliloquio: “He pasado dos días enteros acostado, leyendo vagamente y fumando, sin rasurarme, y sin voluntad alguna. […] Pensaba que hoy recibiría tu respuesta. Me decía: “Va responder . Encontrará las palabras que desatarán esta cosa que me oprime por dentro tan espantosamente”. Pero no has escrito”. Le confiesa el sufrimiento que le causa imaginarla con otro: “Mi deseo más verdadero e instintivo sería que ningún otro hombre te pusiera la mano encima. Sé que es imposible. Todo lo que puedo desear es que no desperdicies eso maravilloso que hay en ti, que no se lo otorgues sino a un ser que lo merezca de verdad”.
Pero cuatro años más tarde, otro 6 de junio, Albert Camus y María Casares se cruzaron en el boulevard Saint-Germain. No volvieron a separarse.“Te me apareciste como un último salvavidas lanzado en medio de una vida que estaba vacía”, escribía ella, y más: “Te deseo, amor, de la mañana a la noche. No sé qué me pasa. Nunca he estado así e incluso me da un poco de vergüenza”. Y él: “Es falso, lo sé por mí mismo, que el amor ciegue. Al contrario: hace perceptible lo que, sin él, no llegaría a la existencia y que, sin embargo, es lo más real en este mundo: el dolor de la persona que amamos”.
Estamos ante una mujer libre, con peso propio, que se hizo un lugar en la escena y en un idioma que no era el suyo: datos de una condición mucho más compleja que su historia de amor con Camus a quien conoció haciendo el papel de Martha en El Malentendido, quizás una premonición de una relación con altos y bajos, rupturas y reencuentros, en 12 años de complicidad y pasión.
“He decidido de una vez por todas que estamos unidos para siempre” (Camus); “Te amo irremediablemente, como se ama el mar” (Casares). Y en el lenguaje del deseo: “Me impaciento. E imagino el momento en que cerraremos tras nosotros la puerta de tu cuarto”, escribe Camus. “Estoy hirviendo por dentro y fuera. Todo arde, alma, cuerpo, arriba, abajo, corazón, carne […]. ¿Lo has entendido? ¿Lo has entendido bien?”, le responde Casares. Ni el paso de los años disminuyó la intensidad de sus palabras: “Espero el milagro siempre renovado de tu presencia”, le escribía Casares en 1956. “Eres mi equilibrio, el espesor de la sangre y de los sueños, la verdad que me alimenta”, le decía él en 1957.
A principios de los años 80, cuando su madre ya había muerto, Catherine Camus buscó a María Casares y le compró las cartas que después publicó la editorial Gallimard. “Gracias a los dos sus cartas hacen que la tierra sea más vasta, el espacio más luminoso, el aire más ligero, simplemente porque han existido”, escribió Catherine en el prólogo.
Camus murió en un accidente de auto en 1960: llevaba consigo el manuscrito de “El Primer Hombre” su novela póstuma que si no la leíste, te la recomiendo.
María quedó desolada. Siguió soltera hasta 1978: se casó con uno de sus mejores amigos, André Schlesser. Y murió en 1996.
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