miércoles, 28 de octubre de 2020

Historia de Miércoles: La pasión de María Casares y Camus

 


Se cruzaron 865 cartas durante quince años, mientras el siglo XX se sacudía las marcas de la guerra. “La enorme alegría que me llena levantaría el mundo”, le escribía Camus a María Casares. Ella le respondía: “Toda mi vida se quedará corta para amarte”. Coincidieron en saberse expatriados, extranjeros, y unidos en la defensa de los republicanos españoles exiliados: “Mi patria es el teatro; y mi país de origen, la España refugiada” 



Se conocieron el 19 de marzo de 1944, en casa de Michel Leiris, cuando asistieron a la lectura de “El deseo atrapado por la cola” de Picasso. Simone de Beauvoir, que también estaba allí, igual que Bataille, Reverdy, Lacan, recuerda así a Casares aquella noche: “llevaba un vestido rayado color violeta y púrpura, había recogido su cabello negro; una risa un tanto estridente descubría por momentos sus jóvenes dientes blancos. Era muy bella” (La plenitud de la vida). 



El 6 de junio de 1945 será recordado en occidente como el día del desembarco en Normandía que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y esa noche Albert Camus y María Casares se hicieron amantes. Ella tenía 21 años y él 30. Una historia potente, contada con minucioso detalle en la correspondencia del francés de Argelia y la gallega exiliada, el escritor y la actriz. El autor de La peste y El mito de Sísifo, figura intelectual central del siglo XX, y la actriz de la Comédie-Française y del Teatro Nacional Popular, gran dama de la escena



María, que había acompañado al exilio a su padre, Santiago Casares Quiroga, primer ministro de la Segunda República Española, iba y venía en giras internacionales con la Comédie Française. Así tuvimos una versión de Yerma, en Buenos Aires, dirigida por Margarita Xirgu, en 1963 (con Alfredo Alcón, Eva Franco y José María Vilches). Luego, en 1964, regresó con “Divinas Palabras” de Valle Inclán, dirigida por Jorge Lavelli. Entretanto, Camus atendía a otras señoras mientras escribía La Peste (1947), El Estado de Sitio (1948), El Hombre Rebelde (1951), La Caída (1956). Así se explican sus frecuentes separaciones y tantas cartas... 



Camus estaba casado desde 1940, pero vivía solo en París porque su mujer Francine se había quedado en la ciudad argelina de Orán. Volvería en septiembre de 1944 con los hijos gemelos: Catherine y Jean, nacidos el año anterior. El nacimiento de los gemelos Camus apartó a María. Rompieron. 




De esa época hay cartas de Camus: “Sin ti, ya no tengo fuerza. Creo que quisiera morir”. Sus cartas toman forma de soliloquio: “He pasado dos días enteros acostado, leyendo vagamente y fumando, sin rasurarme, y sin voluntad alguna. […] Pensaba que hoy recibiría tu respuesta. Me decía: “Va responder . Encontrará las palabras que desatarán esta cosa que me oprime por dentro tan espantosamente”. Pero no has escrito”. Le confiesa el sufrimiento que le causa imaginarla con otro: “Mi deseo más verdadero e instintivo sería que ningún otro hombre te pusiera la mano encima. Sé que es imposible. Todo lo que puedo desear es que no desperdicies eso maravilloso que hay en ti, que no se lo otorgues sino a un ser que lo merezca de verdad”. 



Pero cuatro años más tarde, otro 6 de junio, Albert Camus y María Casares se cruzaron en el boulevard Saint-Germain. No volvieron a separarse.“Te me apareciste como un último salvavidas lanzado en medio de una vida que estaba vacía”, escribía ella, y más: “Te deseo, amor, de la mañana a la noche. No sé qué me pasa. Nunca he estado así e incluso me da un poco de vergüenza”. Y él: “Es falso, lo sé por mí mismo, que el amor ciegue. Al contrario: hace perceptible lo que, sin él, no llegaría a la existencia y que, sin embargo, es lo más real en este mundo: el dolor de la persona que amamos”.





Estamos ante una mujer libre, con peso propio, que se hizo un lugar en la escena y en un idioma que no era el suyo: datos de una condición mucho más compleja que su historia de amor con Camus a quien conoció haciendo el papel de Martha en El Malentendido, quizás una premonición de una relación con altos y bajos, rupturas y reencuentros, en 12 años de complicidad y pasión.






“He decidido de una vez por todas que estamos unidos para siempre” (Camus); “Te amo irremediablemente, como se ama el mar” (Casares). Y en el lenguaje del deseo: “Me impaciento. E imagino el momento en que cerraremos tras nosotros la puerta de tu cuarto”, escribe Camus. “Estoy hirviendo por dentro y fuera. Todo arde, alma, cuerpo, arriba, abajo, corazón, carne […]. ¿Lo has entendido? ¿Lo has entendido bien?”, le responde Casares. Ni el paso de los años disminuyó la intensidad de sus palabras: “Espero el milagro siempre renovado de tu presencia”, le escribía Casares en 1956. “Eres mi equilibrio, el espesor de la sangre y de los sueños, la verdad que me alimenta”, le decía él en 1957. 




A principios de los años 80, cuando su madre ya había muerto, Catherine Camus buscó a María Casares y le compró las cartas que después publicó la editorial Gallimard. “Gracias a los dos sus cartas hacen que la tierra sea más vasta,  el espacio más luminoso, el aire más ligero, simplemente porque han existido”, escribió Catherine en el prólogo.




Camus murió en un accidente de auto en 1960: llevaba consigo el manuscrito de “El Primer Hombre” su novela póstuma que si no la leíste, te la recomiendo. 

María quedó desolada. Siguió soltera hasta 1978: se casó con uno de sus mejores amigos, André Schlesser. Y murió en 1996.


https://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-maria-casares/5474470/




























miércoles, 21 de octubre de 2020

Historia de Miércoles: Vilariño y Onetti, la que amó y el que se dejó amar.


Esta Historia de Miércoles viene con los amores y los desencuentros de Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti. Desde que se conocieron se escribieron cartas, se dedicaron libros y nunca estuvieron del todo juntos. La dama juega primero:

“Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré…” [...] “Cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. Ya no sabíamos si era de día o de noche o si era sábado. Nos transformábamos en enemigos, en parientes, en desconocidos. [...] llegamos a pasar días, encontrándonos a tientas, invocando a algo que era como dar la vida.” le contó Idea Vilariño a Hilia Moreira.


“Es el último hombre de quien debí enamorarme (…) El sexo era para él una manera de explotarte, de torturarte, de revolverte el corazón y de hacerte decir hasta lo que no querías (…) Discutíamos, nos dejábamos de ver, pasaban meses, yo comenzaba otra relación y cuando estaba en lo mejor llamaba Onetti y se iba todo al demonio (…) Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro.” (I. V. Construcción de la noche).



Él es Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo: eligió “Escribir libros, fumar, beber whisky y pasar largo tiempo en la cama”; también leer a Faulkner, casarse tres veces y dejarse amar por Idea Vilariño.  La vio dueña de “una breve sonrisa giocondina” y a ella le gustó: “No era de hablar mucho, de explicar. Él explicaba con palabras que tornaban todo más incomprensible. Pero era así. Éramos unos monstruos. Yo también”.


Idea Vilariño: "Vestía, de negro o de violeta oscuro, trajes y blusas –extrañamente, blancas–, y collares de perlas de una vuelta o de dos. Usaba a veces aros, a veces boinas. El pelo recogido en torzadas, rodetes, suelto al hombro. Las fotos del verano sugieren que se bronceaba demasiado, que alcanzaba un color de miel intenso, saludable, que la hacía sentir bien. Los ojos, como viendo algo que nadie más veía".




“Teníamos la relación más difícil y más imposible […] Es el último hombre de quien debí enamorarme porque éramos lo más imposible de ligar que había. Nunca entendió el ABC de mi vida, nunca me entendió como ser humano, como persona. Y así teníamos nuestros grandes desencuentros. Si yo hablaba de algo sumamente delicado él me salía con una barbaridad. Decía cosas que me hacían echarlo, imposibles de soportar. Todavía me pregunto por qué aguanté tanto, por qué volví tantas veces. Nos peleábamos y volvíamos a juntarnos, lo echaba, regresaba.”


-¿Por qué dice Idea que nunca sabrás quién es ella? -le preguntó a Onetti María Esther Gilio, la periodista que más lo entrevistó. -No sé […] Yo nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí. -No entiendo, ¿cómo que nunca estuvo enamorada? ¿Y los poemas que te escribió?


-Yo no digo que no estuvo, sino que nunca sentí que estuvo. Yo creo que lo suyo es algo muy cerebral, intelectual. -¿Nada más? -También cama. (en Pantin, 2014).




“Tengo sesenta y tres”, dijo. “Se supone que es la edad de la impotencia. Pero no estoy impotente, y me acuerdo de tu amor, de todo, de tu boca, como si hubiera estado anoche contigo”. Estábamos como declarándonos.[,,,] Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso después del cual debí morirme (…) Estábamos como enfermos de emoción (…) Era lo de siempre; me tenía en sus manos, me partía en dos”.



Ella anotaba, en una libreta, los nombres de todos los hombres con los que había estado. Cultivó, hasta el final, el amor de los hombres. Ruben Cosito, su novio de la infancia, reapareció en 1995. La llamaba a menudo, regocijado en lo que, decía, habían sido “ochenta años de amor”. El escritor uruguayo Felipe Polleri contó, en el ‘Cultural’ de El País, que desde los primeros años del nuevo siglo hablaban cada noche. “La relación, casi siempre telefónica, entre un viejo de 50 y pico y una joven de 80 y pico. Si la describo es para convencerme de que pasó: de que la quise y me quiso”.


A sus 89 años se fue casi sin dejar rastro, en abril, del año 2009. Sin molestar. Dejó una nota: “Nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor. Cremar”. A su velorio fueron 12 personas. Y pensar que le dio vida a una generación de escritores uruguayos, la Generación del 45. A la generación de Mario Benedetti, Carlos Maggi, Juan Cunha, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Ida Vitale y Juan Carlos Onetti.




Sus poemas están hechos de pequeñas certezas, de notas intensas, desnudas, sin fiorituras. No escribe en versos libres: "Un ritmo riguroso los ordena y solo para los ojos parecen libres [...] hasta puede faltar el sentido; nunca el ritmo" (I.V.)

https://youtu.be/KahxRa2tIak 


miércoles, 14 de octubre de 2020

Historias de Miércoles: La pasión de Blanca Luz Brum y David Alfaro Siqueiros

Hoy traigo la historia de los amores de Blanca Luz Brum y David Alfaro Siqueiros, una pareja de inconformistas fogosos, que se amaron con intensidad durante cuatro violentos años y con distancia durante décadas. Es la historia de dos seres desmesurados, con vidas al límite de la velocidad permitida: él fue soldado, pintor muralista y militante comunista; ella, escritora, periodista, poeta y activista de izquierda… y de derecha sucesivamente.


Blanca Luz Brum (1905-1985) fue explosivamente erótica, fascinante y provocadora, dueña de un poder y un magnetismo irresistible. Pasó de los brazos de Siqueiros, que la inmortalizó en “Ejercicio plástico” a los de Natalio Botana, esa “versión sudamericana de El ciudadano Kane”... Se casó cinco veces; fue madre de cuatro hijos a los que vio morir; escribió poesía, hizo periodismo, se declaró comunista, se desilusionó y terminó condecorada por Augusto Pinochet.



Cuando conoció al muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, miembro del Partido Comunista de su país, el amor fue fulminante y ella abandonó todo ─excepto a su hijo─ por seguirlo: a Nueva York, a México, donde se casaron y frecuentaron a Diego Rivera, a Frida Kahlo, a Tina Modotti y otros artistas. 



En 1933 recalaron en Buenos Aires, donde Siqueiros debía dar conferencias. Era amigo de Oliverio Girondo, de Victoria Ocampo y de Natalio Botana, quien le propuso pintar un mural en el sótano de su casa. Influenciado por el cine, Siqueiros trabajó proyectando fotografías en las paredes. Así logró plasmar a su mujer, Blanca Luz, en una obra que los críticos definieron como una burbuja flotante, pero la Blanca Luz real se le fue de las manos. Ella y Botana se enredaron en un romance. El escritor uruguayo Hugo Achugar, autor del libro "Falsas memorias", sostiene que a ella "se le enfrió la pasión" con Siqueiros y se enamoró fugazmente de "esa versión sudamericana de ciudadano Kane que le ofrece Botana".



De la historia amorosa de Blanca Luz se dice que se inicia a los 16 años cuando fue raptada del convento donde estaba recluida por un atrevido poeta que la llevó en su motocicleta. Con él se casaría y tendría su primer hijo. que no conoció a su padre poeta, muerto de tuberculosis. A los 21 años, viuda y con un hijo, B L se mudó a Lima en busca de mejorar su situación. En Lima conoció al poeta Juan Carlos Mariátegui y se hicieron grandes amigos; ella adhirió al marxismo y fundó su propia publicación, Guerrilla. También editó un poemario de fuerte inspiración marxista llamado Levante.



A Natalio Botana, dueño del diario Crítica, le gustaba apoyar a artistas de todo el abanico político, desde Borges hasta los de izquierda. Pablo Neruda era el cónsul chileno en Buenos Aires y venía de publicar “El hondero entusiasta” y “Residencia en la tierra”. Su fama crecía y Botana los invitó a él y a Federico García Lorca (que supervisaba el montaje de Bodas de sangre) a una cena de honor. En su libro “Confieso que he vivido” Neruda dice no haber resistido a la tentación ("me di cuenta de que era una mujer carnal y compacta, hecha y derecha"), y pone de testigo a un García Lorca estupefacto a quien le pidió que hiciera guardia en la puerta.



Siqueiros, entretanto, pintaba con urgencia febril el mural del sótano de la casa de Botana, reiterando desnudos de su esposa Blanca Luz como motivo central. Cuando se enteró del engaño, se embarcó hacia Nueva York,  sin Blanca Luz, que durmió con él la noche anterior a su partida, pero decidió quedarse con Botana. Aunque pronto terminó rompiendo con Botana y viajó a Chile, donde se casó con el diputado radical Jorge Béeche, que además era ingeniero en minas. Con él tuvo a su hija María Eugenia; pero el inmovilismo de la vida en el desierto la desesperaba; así que no tardó en abandonar a Béeche y mudarse a Santiago. Entretanto, Stalin se alió con Hitler. Desilusionada, retornó al cristianismo, identificándose con la postura de Jacques Maritain.



En 1953, su hijo Eduardo murió en un accidente automovilístico en Lima, dejándola muy afectada. Pero nada impidió que continuara su vida romántica: se había casado nuevamente, ahora con Carlos Brunson, gerente de Panagra para Chile, con quien  tuvo a su último hijo, Nils.




Viajaba con frecuencia a Argentina y se entusiasmó con el justicialismo. Conoció a Perón y tuvo un fugaz encuentro íntimo con él: “He ahí a un hombre nuevo. Esto es lo que yo quiero”. Se dice que cuando Perón llegó al poder, Evita le dio cuarenta y ocho horas a Blanca para que abandonara el país. Así y todo Blanca Luz habría mantenido una abundante correspondencia con Perón que fue donada por el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez a la Universidad de Rutgers. Y se sabe que en 1972 ella publicó el libro “En brazos de su pueblo regresa Perón” y que asistió a la ceremonia del regreso el 12 de octubre de 1973.



En 1975 su hijo menor, Nils, murió en un accidente en Santiago. Un año antes había fallecido su gran amor, David Alfaro Siqueiros, en México. Blanca Luz se fue a vivir a la Isla Robinson Crusoe, del Archipiélago de Juan Fernández. Allí se dedicó a escribir y a pintar. A veces recibía visitantes con vestiduras exóticas. Se cuenta que a un grupo de hombres los recibió tendida en una hamaca y cubierta solo por una piel de oso.




En el fin del mundo escribió “El Último Robinson” dedicado a su hijo Eduardo Parra del Riego y se aplicó a fabricar cabañas y a recibir las visitas de curioso y perdidos, a escribir sus memorias y a pintar lo que le viniera a la mente. Dicen que solía caminar desnuda por la selva, tranquila, al resguardo de ese paraíso conformado por un caserío que habitaban unas pocas personas. “Todo aquí es milenario. Un resto de los seis primeros días del mundo” escribió en una carta sobre ese lugar que sería el testigo mudo de sus últimas andanzas, ya que el tsunami de 2010 arrasaría con gran parte de la isla, y el mar acabaría por llevarse las memorias, pinturas y poesías que Blanca Luz había acumulado a lo largo de toda su vida. Enferma de cáncer pulmonar, murió en Santiago de Chile en agosto de 1985.


































miércoles, 7 de octubre de 2020

La Historia de Miércoles: Maria Callas, el amor y la traición.

 Aquí les traigo la historia de María Callas, “la divina” que, transida de amor, le ofrendó su vida consagrada al bel canto al hombre que la traicionó.



Ana María Sofía Kapalogeropoulou, nunca logró ser feliz. Sus padres, inmigrantes griegos en la gran manzana, se habían separado y cuando ella tenía 13 años la madre decidió volver a Atenas con sus hijas, la bella Jackie y María, de cuerpo generoso y poco agraciada. Pero María era un diamante en bruto, tenía una voz única, talento para la interpretación, y un gran temperamento: los ingredientes para hacer una estrella.




En Atenas, la madre la inscribió en el Conservatorio Nacional falseando su fecha de nacimiento (tenía menos de los 16 años). Luego la II Guerra Mundial llegó a Grecia con la invasión de los soldados italianos y alemanes: María fue empujada por su madre a intercambiar favores mientras la miseria se instalaba en la ciudad. Su maestra y amiga, la soprano Elvira Hidalgo, la ayudó: la vida de María tomó un nuevo cauce y a los quince años, se destacó en Tiefland, la opera de Eugen d’Albert.




En 1949 María conoció en Verona a Gian Battista Meneghini, un acaudalado industrial treinta años mayor y se casó con él quien decidido a convertirla en una estrella, tomó la batuta de su carrera. Ahora ella era la Prima Donna, la Divina Callas, y el público la adoraba.



“Te la ha quitado, Battista”

Así fue como Giovanni Battista Menenghini, se enteró de lo que acababa de pasar entre su esposa y Aristóteles Onassis. Era el año 1959 y ambos habían sido invitados por el magnate griego a un crucero a bordo del yate Christina y allí mismo, con el marido de ella y la mujer de él presentes, surgió la chispa. En un descuido, Onassis se llevó a la soprano a su camarote, pero Tina Onassis, mujer en aquel momento del naviero, los descubrió en pleno acto sexual y corrió a avisarle a Meneghini.



Onassis tenía 53 años y María, 33. Los dos podían jurar con la estridencia de un marinero griego. Y reír como solo los griegos saben hacerlo. El idilio estalló, y el sexo, y el humor, y las tempestades. Una vida desenfrenada junto al millonario griego comenzaba, mientras la estrella del bel canto palidecía.




María se entregó en cuerpo y alma al naviero. La “divina” Callas se cortó el pelo porque él se lo pidió, se quitó las gafas porque él lo quiso y se cuenta que, como Onassis era algo más bajo, ella empezó a usar zapatos planos.


Hay quienes dicen que se hizo un aborto instigada por Onassis; pero en Fuego griego, un libro de casi 600 páginas, el escritor norteamericano Nicholas Gage, con numerosos testimonios y documentos inéditos, revela que la soprano quedó embarazada al principio de su relación. La pareja hizo planes para la llegada del niño y empezó a buscar casa en Suiza, donde ella pudiera vivir con el bebé. El 30 de marzo de 1960 Maria dio a luz a un varón que falleció dos horas después. Fue un parto por cesárea. En el documento que incluye Gage se dice que el niño “nació vivo y murió antes de ser notificado su nacimiento”. 




Otra versión señala que ella, que estaba embarazada de ocho meses mientras Onassis estaba en un largo crucero con sir Winston Churchill, tuvo la idea de adelantar el parto mediante una cesárea para que, cuando regresara, su amante la encontrara guapa y radiante y con el bebé en los brazos. Pero Homero nació con poco peso y problemas respiratorios y murió a las pocas horas de nacer.  La muerte del bebé atormentó a Maria Callas hasta el final de sus días.




La boda que nunca llegó

Callas solo añoraba que un día Onassis le pidiera casarse con ella… pero eso nunca pasó. Callas tuvo que soportar, no solo que Onassis la dejara en 1968, sino que lo hiciera para casarse con otra. Y no con cualquier otra: con Jacqueline Kennedy.


“Fue como recibir un golpe en la cabeza, fue horrible. Intenté sobrevivir. Por él abandoné una carrera increíble, en un oficio complicado. Rezo a Dios para que me ayude a superar este momento. Es un gran cerdo, la van a pagar los dos. ¿Si busco un príncipe azul? Espero encontrar a un hombre que me acepte por lo que soy”. Son palabras de la propia Callas que se recogen en el documental de Tom Volf.


Jamás se lo perdonará, ni siquiera cuando su matrimonio fracasa y él le implora que regrese. Dicen que Onasis murió susurrando su nombre. 




La traición de su amado Aristo, su paisano, su gran amor, que siempre le negó el matrimonio, rompió el corazón de María. Murió a los 53 años, en su departamento de la Avenida Georges Medel 36, cerca del Arco de Triunfo; sus cenizas se arrojaron en el Adriático.























Historia de Miércoles:Emilia Pardo Bazán, el amor gallego de Benito Pérez Galdós

“Ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí está una buitra esperando por su pájaro bobo, por su mochuelo”. “Te beso un mill...