“Esa misma noche me enamoré de él. Me enamoré, me enamoré, me enamoré…” [...] “Cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. Ya no sabíamos si era de día o de noche o si era sábado. Nos transformábamos en enemigos, en parientes, en desconocidos. [...] llegamos a pasar días, encontrándonos a tientas, invocando a algo que era como dar la vida.” le contó Idea Vilariño a Hilia Moreira.
“Es el último hombre de quien debí enamorarme (…) El sexo era para él una manera de explotarte, de torturarte, de revolverte el corazón y de hacerte decir hasta lo que no querías (…) Discutíamos, nos dejábamos de ver, pasaban meses, yo comenzaba otra relación y cuando estaba en lo mejor llamaba Onetti y se iba todo al demonio (…) Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro.” (I. V. Construcción de la noche).
Idea Vilariño: "Vestía, de negro o de violeta oscuro, trajes y blusas –extrañamente, blancas–, y collares de perlas de una vuelta o de dos. Usaba a veces aros, a veces boinas. El pelo recogido en torzadas, rodetes, suelto al hombro. Las fotos del verano sugieren que se bronceaba demasiado, que alcanzaba un color de miel intenso, saludable, que la hacía sentir bien. Los ojos, como viendo algo que nadie más veía".
-¿Por qué dice Idea que nunca sabrás quién es ella? -le preguntó a Onetti María Esther Gilio, la periodista que más lo entrevistó. -No sé […] Yo nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí. -No entiendo, ¿cómo que nunca estuvo enamorada? ¿Y los poemas que te escribió?
-Yo no digo que no estuvo, sino que nunca sentí que estuvo. Yo creo que lo suyo es algo muy cerebral, intelectual. -¿Nada más? -También cama. (en Pantin, 2014).
“Tengo sesenta y tres”, dijo. “Se supone que es la edad de la impotencia. Pero no estoy impotente, y me acuerdo de tu amor, de todo, de tu boca, como si hubiera estado anoche contigo”. Estábamos como declarándonos.[,,,] Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso después del cual debí morirme (…) Estábamos como enfermos de emoción (…) Era lo de siempre; me tenía en sus manos, me partía en dos”.
A sus 89 años se fue casi sin dejar rastro, en abril, del año 2009. Sin molestar. Dejó una nota: “Nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor. Cremar”. A su velorio fueron 12 personas. Y pensar que le dio vida a una generación de escritores uruguayos, la Generación del 45. A la generación de Mario Benedetti, Carlos Maggi, Juan Cunha, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Ida Vitale y Juan Carlos Onetti.
Sus poemas están hechos de pequeñas certezas, de notas intensas, desnudas, sin fiorituras. No escribe en versos libres: "Un ritmo riguroso los ordena y solo para los ojos parecen libres [...] hasta puede faltar el sentido; nunca el ritmo" (I.V.)
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