"Nunca podré poseerla, pero usted permanecerá a partir de ahora en mi vida". Le escribió herr professor Martin Heidegger en la primera carta a Hannah Arendt, el 10 de febrero de 1925, cinco meses después de conocerla en Marburgo. Es una cereza de culpa en la pasión del hijo de un sacristán católico de la Selva Negra por la chica nacida en Hannover, de una familia judía originaria de Rusia. Dos semanas después, el profesor le confesaba: "Lo demoníaco ha dado en mí". Y sus cartas fueron ganando intensidad a medida que avanzaba 1925: "Desearía que esos instantes de nuestras vidas no se desvanecieran nunca".
En 1984, Elizabeth Young-Bruehl, en Hannah Arendt: For Love of the World, Yale, reproducía algunos poemas de Arendt que muestran su entrega a aquel amor transgresor. Pero el romance duró más que aquel semestre de 1925. Leemos en 1928 las condiciones que pone el profesor: “Si no te visito entre las dos y las cuatro, espérame por favor a las diez de la noche frente a la biblioteca de la universidad. Tu Martín”. Arendt le respondió cuatro días después: “Te amo como el primer día -lo sabes y siempre lo he sabido, incluso antes de este reencuentro-”. Y en 1929, ya casada: “No me olvides y no olvides hasta qué punto y con qué profundidad sé que nuestro amor es la bendición de mi vida… Te beso en la frente y en los ojos. Tu Hannah”.
Los amantes se siguieron encontrando, aun después del matrimonio de Arendt en 1929 con Günter Stern. Y de que Elfride Heidegger se enterara de la infidelidad de su esposo. Si bien él nunca pensó en renunciar a la estabilidad que le ofrecía su esposa -Elfride Petri, alemana, protestante y nazi- que era capaz de comprar una casa, decorarla y habilitarla para que él se sintiera cómodo, y después comprar otra, y otra. También capaz de confesarle que está embarazada de un médico amigo de ambos, detalle que Heidegger comprendió “...no te sientas desgarrada, él no vale nada, no te preocupes por esto, no perdamos el tiempo hablando de ello”. Cuando ella dio a luz el 20 de agosto de 1920, Heidegger le deseó pronto restablecimiento, le preguntó por el pequeño y lo reconoció como hijo. Hermann Heidegger, que murió en enero de este año, fue quien cuidó la obra de su padre.
Después de diecisiete años de ausencia Arendt viajó a Alemania y se encontró con su antiguo amante; le escribió en el papel timbrado de su hotel en Friburgo: “Estoy aquí”. Así comenzó la segunda etapa de la saga, en febrero de 1950. Heidegger recuperó la mirada de la estrella que lo había fascinado, la sensualidad perdida, el gesto sofisticado y la voluntad de entrega de Hannah Arendt, que había regresado para honrar su palabra de 1928: “Sé que nuestro amor es la bendición de mi vida Y nada puede alterar este saber. Perdería mi derecho a la vida si perdiera mi amor por ti”. Para muchos intelectuales y religiosos judíos era una aberración. Cinco años antes Camus se había negado a conocerlo.
¿Qué podía quedar de aquel amor, después de casi dos décadas sin saber nada el uno del otro? Mucho, como sospechaba Frau Heidegger, quien tras su temprana infidelidad contabilizaba sus perdones y la nómina de las amantes de su marido: Elisabeth Bloschmann, Elisabeth Krumsiek, la aristócrata Margot von Sachsen-Meiningen, Andrea von Harbor, Sophie Dorothee von Podewils y Dory Vietta, esposa del historiador y jurista Egon Vietta. Pero volvamos a la historia con Arendt: al regresar a Wiesbaden, en una carta del mismo día, nos daba una idea: “Esta velada y esta mañana son la confirmación de toda una vida. Una confirmación en el fondo nada esperada. Cuando el camarero pronunció tu nombre (de hecho no te esperaba, pues no había recibido la carta) fue como si de pronto se detuviera el tiempo”. Nuevos encuentros habrían de producirse durante ese helado invierno de 1950. La llama se había reanimado. Para Heidegger, era el comienzo de la recuperación de “un cuarto de siglo de nuestras vidas”.
Si bien la historia de amor había nacido cuando Hannah tenía 17 años y conoció a su profesor de filosofía, que había cumplido los 35 y estaba casado, siguieron escribiéndose hasta la primavera de 1926. El 30 de julio de 1975 Heidegger expresaba su ilusión por una nueva visita de Hannah. Pero no hubo más cartas. Un año más tarde ambos estaban muertos.
Los encargados de la herencia literaria de Heidegger estaban tranquilos. Pero, para bien o para mal, antes de morir Arendt había confiado a Mary Mac Carthy, su mejor amiga, la custodia de su legado literario. Y por Mac Carthy, otra biógrafa, Elzbieta Ettinger, tuvo acceso a la correspondencia entre el profesor y su alumna. El libro de Ettinger no fue bien recibido por nadie; y aunque se publicó en varios idiomas, no pudo reproducir las cartas. Pero para sorpresa general, relata cincuenta años en los cuales Heidegger y Arendt mantuvieron un fuerte compromiso sentimental que se encendió durante un seminario sobre Aristóteles, a comienzos de 1925. Como sea, el libro de Ettinger estimuló la producción de rumores sobre la “res privatas” de Heidegger.
Para buscadores: hay más cartas.
“Nada más eficaz contra la chismografía que la verdad”. Esto fue lo que consideró Hermann Heidegger, cuando autorizó la publicación de las cartas. En alemán, el volumen se le confió en 1999 a Vittorio Klostermann, encargado de la Gesamtausgabe de Heidegger. En castellano, en el 2000, la editorial Herder publicó una cuidada versión del epistolario (Hannah Arendt-Martin Heidegger: Correspondencia 1925-1975). También hay cartas de Martin a Elfride (Martin Heidegger, Mein liebes Seelchen!, 2005 Deutsche Verlags-Anstalt, Munich, 2008).
Y una mención especial para el dr. Ángel Xolocotzi Yáñez, autor de “Los demonios de Heidegger. Eros y manía en el maestro de la Selva Negra” (Trotta, Madrid, 2012) de donde obtuve la lista de las amantes del autor de “¿Qué es metafísica?”. El autor concluye que el filósofo fue un gran amante, un insaciable admirador del sexo femenino y que “necesitaba la fuerza de Eros para azuzar su pensamiento”. Otro de sus demonios fue la política; pero eso lo dejo para ustedes.
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